Nos gustan los libros de viejo porque cuentan la historia escrita y la historia de quienes lo leyeron. Por eso, Javier, el librero, colecciona las notas, estampas, puntos de lectura, billetes —de metro, de autobús, de tren...—, fotografías, etc. que, a veces, aparecen entre sus hojas. Y, aunque es un chasco comercial, reconocemos que también nos gustan los libros subrayados y anotados. Amados, conversados. No se venden, pero consuelan.
Por eso, con ojo cómplice, nos han gustando tanto estos párrafos de Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I de Rafael Reig (lectura que recomendamos vivamente, por cierto):
«[…] Petrarca también inventó una nueva manera de leer.
Petrarca leía con pasión, discutiendo con el autor (a veces por escrito, en los
márgenes), charlando con él, apropiándose del libro por completo. La copia de
Virgilio que le regaló su padre la conservó toda la vida y tuvo con ese
manuscrito una relación más íntima que con cualquier ser vivo. En él anotaba,
no sólo su reacción ante el texto, sino lo que le pasaba, sus estados de ánimo
y esas confesiones que sólo se le hacen al amigo más íntimo. Este Virgilio que
se conserva en la Biblioteca Ambrosiana (signatura A79 inf.) fue el único
confidente de Petrarca. En el códice, tan grande y pesado como una maleta, hay
más de dos mil quinientas anotaciones en latín, unas eruditas, otras
sentimentales, algunas pintorescas. Todos sus libros (y llegó a poseer la mayor
biblioteca privada de su tiempo) están llenos de apostillas, comentarios y
ocurrencias. Si un clásico habla de un hombre muy fuerte, Petrarca, como si
estuviera charlando con él, anota al margen que él vio de niño a uno que
levantó en vilo una carreta cargada de heno. Si un geógrafo menciona Aviñón,
deja constancia de la casualidad, tan grata y sorprendente, de que él, mientras
leía eso, ¡estaba precisamente en Aviñón! Si un autor menciona una práctica
sexual insólita, le pregunta a pie de página, con letra temblorosa, si eso no
dolerá demasiado.
[…]
La lectura se convierte así en una experiencia, un acto que
modifica a quien lee y en igual medida modifica lo escrito, como en el caso de
la imitatio. Los libros nos cambian y
nuestra lectura cambia los libros, por más que en este triste siglo pocos
consigan prolongar esta relación apasionada con los libros más allá de la
primera juventud, cuando, como hacían mis estudiantes de Manoteras, uno lee
como si le fuera la vida en ello. Y les va […]»
Rafael Reig, Señales
de humo. Manual de literatura para caníbales I, Barcelona, Tusquets, 2016
Biblioteca Ambrosiana (Milán, Italia)
Petrarca por De Andrea del Castagno
Virgilio
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