¿A que cuando ustedes entran en un bar se piden una caña, o un refresco, o un café, o un pincho de tortilla o un montado de queso o una infusión o...? ¿A que sí? ¿A que cuando entran en un bar hacen eso? ¿A que no entran a ver -o fotografiar- una caña, o un refresco , ni a ver -o fotografiar- un café, un pincho de tortilla, un montado de queso, una infusión, un bocadillo de calamares, una clara con limón, un tinto de verano o a fotografiar a los camareros?
Pues en las librerías, como en los bares. A los libreros nos gustaría que no entraran sólo a vernos (que también), sino que, de vez en cuando, aunque sólo sea para que en la siguiente ocasión en la que usted viniera a vernos pudiéramos seguir abiertos, se llevaran -previo pago, eso sí- uno de los libros de nuestras estanterías.
Que no es demagogia, que no, que es que esto funciona así.
Por si acaso alguien, o unos cuantos, o unos miles piensan que soy un listo por el argumento que les he dado, quiero decir que yo, librero, desayuno todos los días es un bar de mi barrio, y como en ese mismo bar también cada día y suelo tomarme un refresco o una caña también cada día. Y si no llego dinero en ese momento, Marisa, la sueña del bar, me fía. Y al día siguiente, le pago; y no sólo eso, sino que, si puedo, y en señal de agradecimiento, sin apetecerme mucho, pues me pido algo más para que Marisa haga caja. Y pueda abrir al día siguiente y al siguiente y así. Porque la caja del día (Marisa y yo como tenderos que somos lo sabemos) se hace de poquito en poquito. Porque en los bares, salvo excepciones, nadie se gasta mucho dinero.
Y es ahora cuando volvemos a las librerías.
¿A que os gusta la mía? Las fotos de Marx, la de Pasionaria con el padre Llanos, mi bandera republicana y la bandera con el lema del Atlético de Madrid: Coraje y corazón. Incluso los que no sois ni marxistas, ni republicanos, ni del Atleti. Salvo algún comentario propio de ideologías rancias y altamente casposas, nadie se ha sentido ofendido por mis señas de identidad. ¿Y sabéis por qué? Porque las tengo ahí porque forman parte de mí, configuran a Javier, librero de Moyano. Sin ánimo de ofender a nadie.
Pues bien, si además de pareceros bonita mi librería, pasquines aparte, y algunos de mis libros os resultan interesantes, os gusta cómo los coloco o, por lo que sea, vais a tener que rascaros un poco el bolsillo, un poco sólo, como hago yo cuando entro en el bar de Marisa, porque es la única forma de que Velintonia libros siga abierta.
Los que me conocéis bien sabéis de mis profundas convicciones antirreligiosas, radicalmente ateas, vamos. ¿Que por qué digo esto? Porque el Dios en quien todavía unos cuantos de vosotros creéis no va a venir a salvarme el culo ni, por supuesto, a comprarme ningún libro.
En estos tiempos en que me ha tocado vivir, que por tantas y tantas razones no me gustan, la responsabilidad de que los pequeños bares, las pequeñas librerías, las tiendas de barrio, eso que hemos dado en llamar pequeño comercio, no cierren; la responsabilidad, digo, es nuestra y sólo nuestra.
En el caso de la Cuesta de Moyano, no podéis permitiros el lujo de mirar para otro lado porque vuestra vida será un poco, sólo un poco, más triste si nosotros no estamos.
Yo, que ando liado conmigo mismo, con mis contradicciones, con mis demonios, cuando vengo de vacaciones a mi pueblo de adopción, como ahora mismo, en este instante, me gusta ir al bar de Rubén a desayunar, al de Teresa a comer (es el mismo), al chigre a tomarme una caña y, por supuesto, cuando me dejo caer por Luarca, en todos y cada uno de los viajes que he hecho a Asturias, voy a ver a los libreros de la localidad y no salgo de su librería sin un par de libros bajo el brazo. Porque cuando vuelva, en unas semanas, en unos meses, quiero que siga ahí, abierta, haciéndole frente al mundo absolutamente enloquecido en el que vivimos.
Termino. Esta mañana, una de las veces que he hablado con Alicia, hemos empezado y acabado tratando de libros:
Molina, que quiero los Ensayos de Montaigne, que ya te lo había dicho alguna vez, pero que te lo digo otra porque, verás, con esto de los resultados de las elecciones estoy releyendo Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boètie y resulta que los dos se conocían y que Montaigne incluyó el Discurso en sus Ensayos y que eran amigos y...
Vísperas de otro espantoso verano español. El calor acecha y no hay manera humana de escapar. Reconforta hablar de filosofía, de Montagine, de Le Boètie... de libros, de bares, de librerías, de libreros, de gente que vale la pena.
Otro día hablaremos de la gente indecente que lo es por votar a gente que se presenta a elecciones a sabiendas de que son ladrones casi desde la cuna. Eso, en el lenguaje de la administración, es prevaricar. En el lenguaje de la calle es indecencia.
Cadavedo, 28 de junio de 2016
Pues en las librerías, como en los bares. A los libreros nos gustaría que no entraran sólo a vernos (que también), sino que, de vez en cuando, aunque sólo sea para que en la siguiente ocasión en la que usted viniera a vernos pudiéramos seguir abiertos, se llevaran -previo pago, eso sí- uno de los libros de nuestras estanterías.
Que no es demagogia, que no, que es que esto funciona así.
Por si acaso alguien, o unos cuantos, o unos miles piensan que soy un listo por el argumento que les he dado, quiero decir que yo, librero, desayuno todos los días es un bar de mi barrio, y como en ese mismo bar también cada día y suelo tomarme un refresco o una caña también cada día. Y si no llego dinero en ese momento, Marisa, la sueña del bar, me fía. Y al día siguiente, le pago; y no sólo eso, sino que, si puedo, y en señal de agradecimiento, sin apetecerme mucho, pues me pido algo más para que Marisa haga caja. Y pueda abrir al día siguiente y al siguiente y así. Porque la caja del día (Marisa y yo como tenderos que somos lo sabemos) se hace de poquito en poquito. Porque en los bares, salvo excepciones, nadie se gasta mucho dinero.
Y es ahora cuando volvemos a las librerías.
¿A que os gusta la mía? Las fotos de Marx, la de Pasionaria con el padre Llanos, mi bandera republicana y la bandera con el lema del Atlético de Madrid: Coraje y corazón. Incluso los que no sois ni marxistas, ni republicanos, ni del Atleti. Salvo algún comentario propio de ideologías rancias y altamente casposas, nadie se ha sentido ofendido por mis señas de identidad. ¿Y sabéis por qué? Porque las tengo ahí porque forman parte de mí, configuran a Javier, librero de Moyano. Sin ánimo de ofender a nadie.
Pues bien, si además de pareceros bonita mi librería, pasquines aparte, y algunos de mis libros os resultan interesantes, os gusta cómo los coloco o, por lo que sea, vais a tener que rascaros un poco el bolsillo, un poco sólo, como hago yo cuando entro en el bar de Marisa, porque es la única forma de que Velintonia libros siga abierta.
Los que me conocéis bien sabéis de mis profundas convicciones antirreligiosas, radicalmente ateas, vamos. ¿Que por qué digo esto? Porque el Dios en quien todavía unos cuantos de vosotros creéis no va a venir a salvarme el culo ni, por supuesto, a comprarme ningún libro.
En estos tiempos en que me ha tocado vivir, que por tantas y tantas razones no me gustan, la responsabilidad de que los pequeños bares, las pequeñas librerías, las tiendas de barrio, eso que hemos dado en llamar pequeño comercio, no cierren; la responsabilidad, digo, es nuestra y sólo nuestra.
En el caso de la Cuesta de Moyano, no podéis permitiros el lujo de mirar para otro lado porque vuestra vida será un poco, sólo un poco, más triste si nosotros no estamos.
Yo, que ando liado conmigo mismo, con mis contradicciones, con mis demonios, cuando vengo de vacaciones a mi pueblo de adopción, como ahora mismo, en este instante, me gusta ir al bar de Rubén a desayunar, al de Teresa a comer (es el mismo), al chigre a tomarme una caña y, por supuesto, cuando me dejo caer por Luarca, en todos y cada uno de los viajes que he hecho a Asturias, voy a ver a los libreros de la localidad y no salgo de su librería sin un par de libros bajo el brazo. Porque cuando vuelva, en unas semanas, en unos meses, quiero que siga ahí, abierta, haciéndole frente al mundo absolutamente enloquecido en el que vivimos.
Termino. Esta mañana, una de las veces que he hablado con Alicia, hemos empezado y acabado tratando de libros:
Molina, que quiero los Ensayos de Montaigne, que ya te lo había dicho alguna vez, pero que te lo digo otra porque, verás, con esto de los resultados de las elecciones estoy releyendo Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boètie y resulta que los dos se conocían y que Montaigne incluyó el Discurso en sus Ensayos y que eran amigos y...
Vísperas de otro espantoso verano español. El calor acecha y no hay manera humana de escapar. Reconforta hablar de filosofía, de Montagine, de Le Boètie... de libros, de bares, de librerías, de libreros, de gente que vale la pena.
Otro día hablaremos de la gente indecente que lo es por votar a gente que se presenta a elecciones a sabiendas de que son ladrones casi desde la cuna. Eso, en el lenguaje de la administración, es prevaricar. En el lenguaje de la calle es indecencia.
Cadavedo, 28 de junio de 2016
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