«Hubo un tiempo en que salí con la hija de un urólogo suicida. Todo iba muy bien hasta que una noche le canté una canción.
—Me gusta tu voz —me dijo— pero a veces cantas como un negro.
.....Y a veces llegas a momentos críticos a lo largo de tu vida en los que te das cuenta de que la persona con la que has estado paseando en coche, cenando y acostándote no es ni muchísimo menos la persona adecuada para ti. Para mí aquel fue uno de esos momentos. Dos cosas me pasaron inmediatamente por la cabeza:
.....1) Eres una persona repugnante e imbécil y no sabes las ganas que tengo de no volver a verte.
.....Y 2) ¡Gracias!
.....No pude evitar sentirme bien tras el comentario de aquella gilipollas racista sureña, porque con toda su ignorancia y grosería, me había dado a entender que musicalmente iba por el buen camino.
.....Debería haber pasado más tiempo con gays y con gente de inclinaciones artísticas, o con cualquier otra persona inteligente y de ideas diferentes, pero no creo que hubiese nadie así, o al menos yo no lo conocía. Ojalá hubiera pasado más tiempo con gente interesada en las artes, o al menos con alguien capaz de estimularme intelectualmente. Pero el concepto mismo de estímulo mental me era completamente ajeno».
Mark Oliver Everett, Cosas que los nietos deberían saber (presentación de Rodrigo Fresán, Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria)
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