«Al principio fue difícil encontrarlos, porque los monstruos tienden a esconderse, aislando la vergüenza de sus destinos en escondrijos miserables.
.....Frente a esa élite de monstruos de primera clase que cuidaría y educaría a Boy, Jerónimo tuvo que desarrollar el fino trabajo de convencerlos de que el ser anómalo, el fenómeno, no es un estadio inferior del género humano frente al que los hombres tienen derecho al desprecio y a la compasión: éstas, explicó don Jerónimo, son reacciones primarias que ocultan la ambigüedad de sentimientos inéditos muy semejantes a la envidia, o erotismo inconfesable producido por seres tan extraordinarios como ellos, los monstruos. Porque la humanidad normal sólo se atreve a reaccionar ante las habituales gradaciones que se extienden desde lo bello hasta lo feo, que en último término no son más que matices de la misma cosa [...]. Los seres normales, aterrados frente a lo excepcional, los encerraban en instituciones o en jaulas de circo, arrinconándolos con desprecio para arrebatarles su poder»
(El obsceno pájaro de la noche, José Donoso)
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