entre dos pausas. Háblame: te escucho.
He nacido. Si vieras qué agonía...
representa la luna sin esfuerzo.
He nacido. Tu nombre era la dicha.
Bajo un fulgor una esperanza, un ave.
Llegar, llegar. El mar era un latido,
el hueco de una mano, una medalla tibia.
Entonces son posibles ya las luces, las caricias, la piel,
el horizonte,
ese decir palabras sin sentido
que ruedan como oídos, caracoles,
como un lóbulo abierto que amanece
(escucha, escucha) entre la luz pisada.
Vicente Aleixandre, "Mi voz", en Espadas como labios (1930-1931), Buenos Aires, Editorial Losada, 1977 (3ª edición)
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