lunes, 17 de agosto de 2015

A la primera hija (tardía, la guerra se les había comido la juventud), que nació en 1945, le puso de nombre Alicia. Hacía apenas un año que él había salido de la cárcel, con la pena de muerte conmutada por la de prisión durante treinta años, de los que sólo había cumplido cinco, pasando al régimen de libertad vigilada, gracias a que las cárceles estaban tan llenas y hacía falta tanta mano de obra que el Estado no podía permitirse mantener entre rejas a aquel montón de gente [...] A su mujer le extrañó que él se empeñara en ponerle a la niña el nombre de Alicia, que no se correspondía con el de ningún miembro de la familia, y seguro que no lo hubiese aceptado de saber sus razones. "Pero ¿qué le vamos a dar a esta criatura?, ¿qué futuro le espera?, dijo don Vicente [Tabarca] cuando se enteró del embarazo de su mujer y de que estaba dispuesta a tener el hijo. Y, meses más tarde, cuando, recién nacida la criatura, la tuvo entre sus brazos, siguió pensando lo mismo. Que era poco menos que una irresponsabilidad traer a alguien al mundo cuando él no tenía trabajo, y ni siquiera sabía si, en una de aquellas visitas a la jefatura, lo dejarían allá dentro o volverían a trasladarlo a la prisión. Pensó: "Pobre niña, te traemos al país de las maravillas", y decidió, en un rasgo de ironía, que le pondría el nombre de Alicia.
 
Rafael Chirbes, La larga marcha, Barcelona, Anagrama, 1996
 
 
 
¡Ay muerte!, ¡muerta seas, muerta e malandante!
Mataste a mi vieja, ¡matastes a mi ante!
Enemiga del mundo, que non as semejante,
de tu memoria amarga non es que non se espante.
                      
Non catas señorío, deudo nin amistad,
con todo el mundo tienes cotidiana enemistad;
non hay en ti mesura, amor nin pïedad,
sinon dolor, tristeza, pena e gran crüeldad.
    
Enemiga del bien e del mal amador,
natura as de gota, del mal e de dolor;
al lugar do más sigues, aquel va muy peor,
do tú tarde requieres, aquél está mejor.
          
Tú yermas los poblados, pueblas los cementerios,
rehaces los fosarios, destruyes los imperios;
por tu miedo, los santos hicieron los salterios:
sinon Dios, todos temen tus penas e tus lacerios.

¡Ay! Mi Trotaconventos, mi leal verdadera,
muchos te seguían viva, muerta yaces señera;
¿a dó te me han llevado? Non se cosa certera: 
nunca torna con nuevas quien anda esta carrera.

Juan Ruiz: Libro de Buen Amor

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