lunes, 20 de julio de 2015

Alejo Carpentier

Como si de un juego de azar o burla de la realidad se tratara, en Velintonia libros nos hemos encontrado reunidos tres autores hispanoamericanos (entre otros, sí) que se conocieron en París; hecho que modificó, probablemente, su escritura. No salieron indemnes de su contacto con la vanguardia europea. Nos estamos refiriendo a Miguel Ángel Asturias, Arturo Uslar Pietri y Alejo Carpentier.
 
 
ALEJO CARPENTIER (1904-1980)
 
Pueden consultar su biografía aquí, pero sobre todo les recomendamos una lenta visita a la página de su Fundación, con interesantes y variados artículos actualizados frecuentemente (aquí).
 
Si nos gustara o aceptáramos el término perfección literaria —que ni admitimos ni nos gusta—, Carpentier figuraría en su nómina, por tratarse de un autor de una vasta formación cultural que no deja fuera ninguna de sus expresiones (historia, geografía, tradiciones, música...). Esta rica base le sirve para proyectarla sobre América Latina e interpretar de una manera otra su supuesta realidad. Los movimientos de vanguardia que conoció en París, sobre todo el surrealismo, representaron un papel muy importante en sus ideas estéticas y filosóficas que recoge en un breve texto titulado «Lo real maravilloso de América», que prologa una de —en nuestra opinión— sus mejores novelas, El reino de este mundo.
 
Pero la que hoy nos ocupa es La consagración de la primavera (1978). Enrique, alter ego de Carpentier, es un joven cubano de buena familia que viaja por México, París y Alemania para distraer su exilio durante  la dictadura de Gerardo Machado. Recala en España durante la Guerra Civil y aquí conoce a Vera, una bailarina rusa que reencontrará en París y con la que vivirá, perseguidos ambos, en La Habana durante el régimen tiránico de Batista. En resumen, se trata de una novela histórica de compromiso social y político escrita con un ritmo exquisito, propio del gran musicólogo que es Alejo Carpentier. Un amable y apasionado erudito. Escuchen, si no nos creen:
 
... Cuando ahora despertaba, tarde en la mañana, tras de un sueño denso y pastoso, conseguido con somníferos, regresaba a un mundo intolerablemente desprovisto de sentido. Todo me parecía ajeno, deshabitado, huero, inerte, irritante, inútil, sin valor ni calidad, en un aire que no podía respirarse por dos bocas. Había enmudecido el cotidiano —y tan grato— contrapunto de abluciones, grifos abiertos, pomos movidos, pasos ligeros, respiro de llamas azules en la cocinilla de gas, bajo un globo de vidrio donde ya burbujeaba un café, recibido de Cuba, que me devolvía, por unos segundos, el ámbito de mi infancia —"C'est alors que l'odeur du café remonte l'escalier", había escrito Saint-John Perse en sus admirables Elogios. Sólo en el recuerdo quedaban los graciosos escorzos de un cuerpo desnudo en busca de zapatillas, extraviadas bajo la cómoda; las risas y luchas por la posesión de una esponja, por la convivencia en el área de un espejo —yo, tratando de afeitarme por sobre su hombro, ella desalojándome a codazos para peinarse; los imposibles intentos de coexistencia de ambos en el agua jabonosa de una bañadera harto estrecha para tales acomodos. Había días en que, al regresar a mi cotidiana soledad, aún amodorrado, buscaba, con el brazo derecho, la tibieza de un talle dormido, hallando sólo la frialdad de sábanas desertadas, y ante el yermo de mi propio cuerpo, puesto en aislada y estúpida unicidad, me alzaba sobre el encogimiento de mi agobio hallándome tan vacío por dentro como vacío hallaba el espacio de mi vivienda. No podía ser quien era cuando no amanecía mirándola en su profundo sueño —acaso colmada por el largo y ascendente ritual que, horas antes, la hubiese vencido— que implicaba (tal era su estilo) un increíble desorden de almohadas revueltas, abrazadas, medio colgantes fuera de la cama, caídas al suelo, puestas entre las rodillas —siempre donde no les tocara estar.
 
Alejo Carpentier, La consagración de la primavera (edición al cuidado de Martí Soler, portada de Anhelo Hernández), siglo xxi, México, 1981 (12ª edición).
 
 
Otras obras del autor:
 
NARRATIVA
 
«Viaje a la semilla» (relato, 1945). Don Marcial, marqués de Capellanías, realiza un viaje hacia atrás en el tiempo hasta el útero materno gracias a la brujería de un anciano negro.
 
El reino de este mundo: narra los acontecimientos históricos ocurridos en Haití entre 1757 y 1820. La rebelión de Mackandal —brujo negro, licántropo y luego figura sobrenatural— contra el poder francés. Las alucinaciones de Henri Christophe —rey negro embrujado por vudú, al igual que Paulina Bonaparte—. El narrador es ti Noel, esclavo negro también seguidor del vudú, lo que hace mágico y mítico todo el relato.
 
Los pasos perdidos (1953). De nuevo, un viaje en el tiempo. Esta vez físico, espiritual y cultural. Un músico, asqueado de la cultura occidental, emprende un viaje hacia la tierra de sus ancestros en busca de unos instrumentos musicales. El itinerario acaba convirtiéndose en el encuentro con el Génesis, encarnado en la selva amazónica: espacio fuera del tiempo.. Se trata de despojarse de siglos de cultura para lograr vivencias auténticas. Y de trasladarlas al terrero artístico, como no podía ser de otra forma tratándose de Carpentier.
 
El siglo de las luces (1964): basada en la figura de Victor Hugues. La novela recrea el pasado colonial de la isla de Guadalupe durante el siglo XVIII.
 
El recurso del método (1974), Concierto barroco (1974) y El arpa y la sombra (1979)
 
ENSAYO
 
Entre otros: La música en Cuba (1946), América Latina en su música (1975). Letra y solfa (1975), Razón de ser (1976), Afirmación literaria americanista (1979), Bajo el signo de Cibeles. Crónicas sobre España y los españoles (1979),  El adjetivo y sus arrugas (1980), El músico que llevo dentro (1980)

En Velintonia también tenemos uno de los volúmenes dedicados a la recopilación de estos ensayos:


Para escribir esta entrada hemos tenido ante los ojos Historia de la literatura hispanoamericana, de Teodosio Fernández, Selena Millares y Eduardo Becerra. Gracias, maestros.

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