viernes, 2 de septiembre de 2016

Hoy, en El País

Al rescate del último Moyano: aquí.

Web de Territorio Moyano: aquí.

Y nos permitimos traer hoy una viñeta (publicada por El País el 4 de junio de 2012) de El Roto, el gran Roto, un ser humano que debía ser clonado si de verdad pensamos que tenemos la más mínima posibilidad de regeneración.
 

miércoles, 31 de agosto de 2016

«Estaba viva de nuevo. En los bailes era una de las más alegres e incansables. Una noche, un primo de Sasha, un muchacho muy joven, me llevó aparte. Con gravedad, como si fuera a anunciarme la muerte de un compañero querido, me susurró que bailar no era propio de un agitador. Al menos, no con ese abandono. Era indigno de una persona que estaba en camino de convertirse en alguien importante en el movimiento anarquista. Mi frivolidad sólo haría daño a la Causa.
La insolencia del muchacho me puso furiosa. Le dije que se metiera en sus asuntos, estaba cansada de que me echaran siempre en cara la Causa. No creía que una Causa que defendía un maravilloso ideal, el anarquismo, la liberación de las convenciones y los prejuicios, exigiera la negación de la vida y la felicidad. Insistí en que la Causa no podía esperar de mí que me metiera a monja y que el movimiento no debería ser convertido en un claustro. Si significaba eso, no quería saber nada de ella. “Quiero libertad, el derecho a expresarme libremente, el derecho de todos a las cosas bellas”. Eso significaba anarquismo para mí, y lo viviría así a pesar del mundo entero, de la cárcel, de las persecuciones, de todo.»
        
Emma Goldman, Viviendo mi vida (traducción Antonia Ruiz Cabezas), vol. 1, Madrid, Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo, 1996
 

domingo, 21 de agosto de 2016


Padre nuestro que estás en el cielo
Lleno de toda clase de problemas
Con el ceño fruncido
Como si fueras un hombre vulgar y corriente
No pienses más en nosotros.

Comprendemos que sufres
Porque no puedes arreglar las cosas.

Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
Desconstruyendo lo que tú construyes.

Él se ríe de ti
Pero nosotros lloramos contigo:
No te preocupes de sus risas diabólicas.

Padre nuestro que estás donde estás
Rodeado de ángeles desleales
Sinceramente: no sufras mas por nosotros
Tienes que darte cuenta
De que los dioses no son infalibles
Y que nosotros perdonamos todo.
           
«Padre nuestro», en Obra gruesa (1969)
                    

jueves, 18 de agosto de 2016

Antonio Machado, El crimen fue en Granada. A Federico García Lorca.
             
1. El crimen
                               
Se le vio, caminando entre fusiles, ...
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

               
2. El poeta y la muerte
                 
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
                       
3. Se le vio caminar...
                           
                        Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

martes, 9 de agosto de 2016

A vueltas con





«[…] convendría aceptar de una vez por todas que la problemática de la lectura tiene que ver con la sociedad en su totalidad, y no sólo con alguno de sus estamentos más simbólicos: familia, escuela, biblioteca, universidad.
     Los valores de la sociedad actual ya no son los valores de hace medio siglo. La sociedad posmoderna tiene características que marcan incompatibilidades con los valores propios de la cultura y escuela humanista. Y esto, que teóricamente es muy fácil de aceptar, no lo es en la práctica. El hecho de que prolifere un discurso fundamentalista, anclado en un trasnochado humanismo, lo demuestra un día sí y otro también.
[…]
Sería bueno plantear y analizar el papel público del humanismo, lo cual, entre otras cosas, llevaría a replantearse de forma crítica el significado social del conocimiento en una época en la que toda idea se instrumentaliza en beneficio corporativista, o, muchísimo peor, se demoniza o se incrimina mediáticamente porque pertenece al otro bando, a los otros, a los que van en otra dirección (cuando lo normal es que nadie vaya a ningún lugar, a no ser que este lugar se llame complejidad).
     Pero mucho me temo que sigamos instalados en un potente maniqueísmo que sigue considerando que en la ciencia, la realidad y su objetivo es el mundo, mientras que en las humanidades las realidad es el hombre y sus preocupaciones, inmanentes o trascendentes.»
                                             
Víctor Moreno, La manía de leer, Caballo de Troya, 2009


viernes, 5 de agosto de 2016

Trece rosas, La voz dormida



«La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba u Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.
     Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no se podía parar de reír.
     Reía.
 
     Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.
 
     El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares».
                             
Dulce Chacón, La voz dormida, Madrid, Alfaguara, 2002

 
 

Trece rosas, La voz dormida



«La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba u Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.
     Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no se podía parar de reír.
     Reía.
 
     Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.
 
     El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares».
Dulce Chacón, La voz dormida, Madrid, Alfaguara, 2002