lunes, 28 de septiembre de 2015

«En las actas notariales es muy frecuente ver a una mujer casada que actúa por sí misma, por ejemplo, abriendo una tienda o un comercio, y ello sin tener la obligación de presentar ninguna autorización marital. Finalmente, las listas de la talla (ahora diríamos los registros de las contribuciones), cuando se nos han conservado, como es el caso de París a finales del siglo XIII, muestran una multitud de mujeres que ejercen oficios: maestra de escuela, médico, boticaria, yesera, tintorera, copista, miniaturista, encuadernadora, etc.
     La mujer no será apartada explícitamente de toda función en el estado hasta finales del siglo XVI, por un decreto del Parlamento [se refiere al francés, claro] fechado en 1593. La influencia creciente del derecho romano no tarda entonces en confinar a la mujer en lo que ha sido, en todos los tiempos, su dominio privilegiado: el cuidado de la casa y la educación de los hijos.»
 
Régine Pernoud, Para acabar con la Edad Media (traducción de Esteve Serra), Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 1998
 
 
Ilustración de La ciudad de las damas,
de Christine de Pisan (circa 1364–1430)

domingo, 27 de septiembre de 2015

«Al descuidar la formación den sentido histórico, al olvidar que la Historia es la Memoria de los pueblos, la enseñanza forma amnésicos. En nuestros días a veces se acusa a las escuelas y a las universidades de formar irresponsables al privilegiar el intelecto en detrimento de la sensibilidad y el carácter. Pero también es grave hacer amnésicos. Al igual que el irresponsable, el amnésico no es una persona de pleno derecho; ni el uno ni el otro gozan de ese ejercicio pleno de sus facultades que es lo único que permite al hombre, sin peligro para sí mismo ni para sus semejantes, poseer una verdadera libertad»
 
Régine Pernoud, Para acabar con la Edad Media (traducción de Esteve Serra), Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 1998
 
 
Entre tu nombre y el mío
hay un labio que ha dejado la costumbre de nombrar.

Entre la soledad y la compañía
hay un gesto que no empieza en nadie y termina en todos.

Entre la vida y la muerte
hay unas plantas pisadas
por donde nadie ha caminado nunca.

Entre la voz que pasó y la que vendrá
hay una forma callada de la voz
en donde todo está de pie.

Entre la mesa y el vacío
hay una línea que es la mesa y el vacío
por donde apenas puede caminar el poema.

Entre el pensamiento y la sangre
hay un breve relámpago
en donde sobre un punto se sostiene el amor.

Sobre esos bordes
nadie puede ser mucho tiempo,
pero tampoco dios, que es otro borde,
puede ser dios mucho tiempo.

Roberto Juarroz, Poesía vertical, Antología mayor, Buenos Aires, Carlos Lohé, 1978

lunes, 21 de septiembre de 2015

A hombros de gigantes: Ana María Matute

«A veces basta la cadencia de una voz, el súbito remolino del polvo de un sendero, para recordarnos algo. Algo grande o pequeño ―da lo mismo: grande para nosotros, pequeño para los demás―, pero que supone un jirón de nuestra vida.

     El mes de junio, por ejemplo, trae a mi memoria la figura de un muchacho. Ni siquiera me acuerdo de su nombre; pero sé que vivía en la casa de al lado, y nuestras vidas estaban separadas por una efímera valla de madera. Tenía cierta semejanza con un gallo de pelea, porque su pelo se arremolinaba sobre la coronilla en forma de plumero. Pero como en aquellos tiempos yo estaba abrumada bajo la humillación de un aparato para enderezar los dientes, el áspero mechón de cabello del chico de al lado tenía a mis ojos una atracción semejante a las plumas multicolores de un guerrero piel roja.»
«El chico de al lado» (de El tiempo, 1957)
                                               
«Este cuaderno es para las cuentas, porque no tiene rayas, que tiene cuadritos, pero no voy a hacer cuentas, va a ser para apuntar la vida, contar por qué he venido aquí, con mi madre. Aquí vivía mi madre desde mucho antes que yo naciera, y yo no había visto nunca a mi madre, sólo ahora la he visto, y el primer día me pareció sucia y fea y cuando me dio un beso puse las manos duras para apartarla, entonces dijo, qué mala hija, pero no lloró como hacen todas, lo decía por decir, ya sabía que ni mala hija ni nada era yo, no era nada.»
«Cuaderno para cuentas» (de Algunos muchachos, 1968)
                          
«Había un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra, con las manos quietas, como caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una sombra entre los ojos. “Si al niño le gustara jugar yo no tendría frío mirándole ir y venir.” Pero el padre decía, con alegría: “No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa.
     Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.»

«El niño que no sabía jugar» (de Los niños tontos, 1956)

Tesoros que pueden encontrar





domingo, 20 de septiembre de 2015

I
Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa:
luz que medra en la noche, más espesa
hace la sombra y más durable acaso.
                
No quiso Dios que dieras ese paso,
y ya del solo intento bien le pesa;
que tropezaras y cayeras, ésa
es justicia de Dios: no le hagas caso.
    
¿Por lo que triunfo y lo que logro, ciego,
me nombras y me amas?: yo me niego,
y en ese espejo no me reconozco.
    
Yo soy el acto de quebrar la esencia:
yo soy el que no soy. Yo no conozco
más modo de virtud que la impotencia.

y II
     
Pero no cejes; porque no se sabe
cuándo pierde el amor, dónde la tierra
volteando camina, ni qué encierra
mensaje del que nadie tiene clave.
 
Pues el Libro Mayor (y eso es lo grave)
del Debe y el Haber nunca se cierra,
y acaso acierte el que con tino yerra;
ni es nada el mundo hasta que el mundo acabe.
      
Si te dicen que Dios es infinito,
di que entonces no es; y si finito,
que lo demuestre pués y que concluya.
        
Pero no hay Dios ni hay Ley que a contradanza
no se pueda bailar. Tu muerte es tuya.
Tu no saber es toda tu esperanza.
        
Agustín García Calvo, introducción a Sermón de ser y no ser, Zamora, Lucina, 1995 (7ª edición)

miércoles, 16 de septiembre de 2015

 «Desatar las voces, desensoñar los sueños: escribo queriendo revelar lo real maravilloso y descubro lo real maravilloso en el exacto centro de lo real horroroso de América.
 
En estas tierras, la cabeza del dios Eleggúa lleva la muerte en la nuca y la vida en la cara. Cada promesa es una amenaza; cada pérdida, un encuentro. De los miedos nacen los corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios, otra razón.
                                
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una pieza de museo, quitecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día.
 
En esa fe, fugitiva, creo. Me resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo.»
 
Eduardo Galeano, «Celebración de las contradicciones/2», El libro de los abrazos, Madrid, siglo xxi, 2007 (26ª edición)
 
 
 
Eduardo Galeano recibirá un homenaje en Madrid. Información aquí.

martes, 15 de septiembre de 2015

¿Les suena de algo?

Hoy recomendamos:


Extraemos de la página de la editorial Acantilado: Escrito en 1929, Mendel el de los libros narra la trágica historia de un excéntrico librero de viejo que pasa sus días sentado siempre a la misma mesa en uno de los muchos cafés de la ciudad de Viena. Con su memoria enciclopédica, el inmigrante judío ruso no sólo es tolerado, sino querido y admirado por el dueño del café Gluck y por la culta clientela que requiere sus servicios. Sin embargo, en 1915 Jakob Mendel es enviado a un campo de concentración, acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro. Un breve y brillante relato sobre la exclusión en la Europa de la primera mitad del siglo xx.

lunes, 14 de septiembre de 2015

La Cañamares...


Los errores no están tanto en mi vida
─qué hago, cómo lo hago─
 
Al fin y al cabo no piloto aviones de guerra
no bombardeo líderes espirituales
para acabar reventando colegios.
 
El error está en cómo interpreto todo:
la mala traductora que soy
siempre añade un tono patético
un giro hacia el drama
un tufillo sentimentaloide
de novela por entregas.
 
Quiero que muera la intérprete
quiero matar a la traductora.
 
El día que no haya intermediarios
la vida y yo nos vamos a oler
el aliento, nos vamos a mirar a la cara.
 
Vamos a entendernos las dos
como los que luchan cuerpo a cuerpo.
 
Ana Pérez Cañamares, Las sumas y los restos, Madrid, Devenir, 2013

domingo, 13 de septiembre de 2015

A hombros de gigantes

Me meto dentro y cierro la ventana.
Traen el velón y dan las buenas noches.
Y mi voz da, contenta, las buenas noches.
Ojalá mi vida sea siempre esto:
el día lleno de sol, o suave de lluvia,
o tempestuoso como si se acabase el Mundo.
La tarde suave y las cuadrillas que pasan
miradas con interés desde la ventana,
la última mirada amiga al sosiego de los árboles,
y después, cerrada la ventana, el velón encendido,
sin leer nada, ni pensar en nada, ni dormir,
sentir a la vida correr por mí como un río por su cauce,
y ahí fuera un gran silencio, como el de un dios que
     duerme.

Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa), El guardador de rebaños (1914-1915)

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Y como lo prometido es deuda, ahí va la historia.
 
Durante los años 50, se situaban en Claudio Moyano y Alfonso XII unas mujeres con un cascabel en la muñeca. Estas mujeres tenían como objetivo captar clientes. Luego, se internaban en la oscuridad del Parque del Retiro (como bien sabemos, la oscuridad propicia por igual el amor y el delito —si acaso no son lo mismo—) y allí marturbaban a sus clientes. Las mujeres recibían magra paga por arduo trabajo (es de suponer que un joven atildado y hermoso no precisaba de tal negocio). Son las pajilleras de la Cuesta de Moyano. De ahí la canción de Pepa Flores (que la muerte no me coja en este tira y afloja de dar amor con la mano). Buscando en la Red, he encontrado un chat en el que se hablan de ellas e incluso se incluyen unas fotografías (el enlace: macuarium). A ello debemos otorgar, entonces, la fe de tales fuentes. Sin embargo, me comprometo a seguir investigando. Si, a pesar de la fragilidad de las fuentes, me atrevo a subir esto al blog es con la certeza de que, si no son ellas, fueron muy parecidas. Vaya, por lo tanto, en su recuerdo:
                  



             
Un regalo: Bocca di rosa, de Fabrizio de André:
                                        


              
De La Celestina, de Fernando de Rojas (edición del profesor Julio Rodríguez Puértolas, Madrid, Akal, 1996), copio dos intervenciones en las que dos mujeres (la prostituta Areúsa en el primer caso; la propia Celestina en el segundo) defienden la prostitución como forma de independencia:

AREÚSA: Así goce de mí que es verdad; que estas que sirven a señoras ni gozan deleite, ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?; ¿estás preñada?; ¿cuántas gallinas crías?; llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿cuánto ha que no te vio?; ¿cómo te va con él?; ¿quién son tus vecinas?, e otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre e qué grave e soberbio es «señora» continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí, desde que me sé conocer; que jamás me precié de llamarme de otro, sino mía. Mayormente destas señoras que agora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo e con una saya rota, de las que ellas desechan, pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante dellas no osan. E cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un caramillo: que se echan con el mozo o con el hijo; o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las faldas en la cabeza, diciendo: «¡Allá irás, ladrona, puta; no destruirás mi casa e honra!» Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos e joyas de boda, salen desnudas e denostadas. Éstos son sus premios, éstos son sus beneficios e pagos. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas, sino: ¡puta acá, puta acullá!; ¿a dó vas, tiñosa?; ¿qué hiciste, bellaca?; ¿por qué comiste esto, golosa?; ¿cómo fregaste la sartén, puerca?; ¿por qué no limpiaste el manto, sucia?; ¿cómo dijiste esto, necia?; ¿quién perdió el plato, desaliñada?; ¿cómo faltó el paño de manos, ladrona?, a tu rufián lo habrás dado; ven acá, mala mujer: la gallina habada no aparece, pues búscala presto, si no en la primera blanca de tu soldada la contaré. E tras esto mil chapinazos e pellizcos, palos e azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho, menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta e señora, que no en sus ricos palacios, sojuzgada e cautiva.
 
(IX Auto)
 
CELESTINA: ¿Quién so yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja qual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada qual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no le busco; de mi casa me vienen a sacar; en mi casa me ruegan.
 
(Auto XII)
           

martes, 8 de septiembre de 2015

Mañana les cuento el porqué de esta canción que subo hoy. Es de Pepa Flores y está incluida en su álbum «Galería de perpetuas» (1979). Muy atentos a la letra, por favor.
              

lunes, 7 de septiembre de 2015

Lucidez. Sensibilidad. Generosidad. Nostalgia.


Librerías, un artículo de Julio Llazamares, hoy en El País:

«Cada día desaparecen en España dos librerías. Si fueran bares no importaría, porque hay cerca de un millón, pero las librerías no llegan a 5.000, con lo que, al ritmo al que vamos, en 10 años habrán desaparecido todas. Ya ha ocurrido, de hecho, en ciudades como El Ejido, que con 100.000 habitantes no tiene una sola librería abierta.
       A estas alturas de la columna muchos lectores habrán dejado de leerla convencidos de que no va con ellos, ya que compran los libros en Amazon o se los descargan directamente de Internet, pero yo les pediría un poco más de paciencia aunque solamente sea por consideración a unos establecimientos en los que durante siglos y todavía hoy hemos hallado refugio al igual que en los bares y en los cafés, que también están desapareciendo para nuestra desgracia. Últimamente, parece que todo lo que no sea moderno, entendiendo por moderno todo aquello que nos aleje de los demás, está condenado a desaparecer.
        Las librerías son, pues, sólo unas damnificadas más de un mundo que es cada vez más virtual y menos tangible y que considera el contacto humano anticuado y una pérdida de tiempo; un mundo que prefiere la irrealidad del ordenador y la soledad de los no lugares, ya sean grandes superficies, supermercados con dependientes autómatas, estaciones de servicio en las que ni siquiera hay vigilante ya o cafeterías self-service, al comercio de siempre y al empleado de carne y hueso, ya sea éste camarero, farmacéutico, tendero o dueño de librería. En el caso de los libreros, además, su oficio lucha contra otro mito de la modernidad virtual, que es el de que el papel se acaba.
       Será que uno está acabado también o que se niega a aceptar una forma de vida que hace de la deshumanización su norma, lo cierto es que cada vez más reivindico lo real, entendiendo por real lo que se puede tocar, da igual que sean cosas o personas. Si se trata de cosas, prefiero que tengan peso, que sepan y huelan a algo, y si de personas que uno las pueda reconocer y nombrar, hablar con ellas y hasta hacerse amigo. Y eso, nos guste o no, es inviable pretender hacerlo con la cajera de la estación de servicio, de la cafetería self-service o de las plataformas logísticas con millones de libros apilados que te sirven por correo sin necesidad de contacto humano ninguno. Yo me resisto a ello y, por eso, cuando alguien se sorprende o me afea mi conducta por no tener blog ni cuenta de Twitter ni pertenecer a ninguna red social de esas en las que haces miles de amigos virtuales, ninguno de los cuales acudiría a tu entierro, contesto que soy más de bares. Y de librerías.»

(Pueden consultar el artículo aquí también)